Caída de ‘El Mayo’ provoca batallas en el desierto de Sonora
Los Chapitos, Los Salazar, Los Guanos, la banda de Caro Quintero y los Zambada disputan la puerta de entrada a Estados Unidos, asegura un agente de la patrulla fronteriza que recorre Arizona.
Óscar Balderas
La estrepitosa caída de Ismael El Mayo Zambada está llena de dudas y de pocas certezas, pero entre las segundas está la convicción de que el país vio la destrucción de la leyenda del capo inalcanzable y que su azotón provocaría un terremoto capaz de arrasar con vidas humanas. Hoy sabemos dónde está el epicentro de ese movimiento: el desierto de Sonora, la puerta de entrada a Arizona y al american dream.
MILENIO conversó con una activista local de derechos humanos, un agente de la patrulla fronteriza que recorre Arizona, un periodista conocedor del tablero criminal de la zona, un pollero y un migrante indocumentado para saber qué ha significado la detención del capo de 76 años en una de las rutas migrantes más importantes —y millonarias— para las escisiones del Cártel de Sinaloa.
Marion N., hondureño en ruta hacia Estados Unidos, se enteró de la aprehensión del El Mayo Zambada mientras esperaba el tren en Chiapas. Cargaba 10 mil dólares para pagar por su “brinco”, y el de su esposa, pero la noticia cambió su presupuesto. Los polleros le han dicho que los brazos armados en el desierto han respondido a la captura del infame narcotraficante aumentando las tarifas en aproximadamente 40 por ciento.
“De 10 (mil) ahora quieren cobrar 14 (mil) por los dos. Ellos dicen que es porque el cártel va a entrar en una crisis y necesitan aprovechar cada dólar, porque no saben qué va a pasar en el futuro. Están nerviosos y se lo están cobrando a nosotros”, asegura Marion N., quien del jueves 25 de julio hasta el miércoles 31 apenas ha avanzado hasta Huehuetoca, Estado de México.
Su paso lento se debe a que busca dinero en cada parada para no llegar a Sonora sin la cuota que le van a exigir. Ya sea lavando autos, reciclando latas que encuentra a su paso o rogando por una moneda. Migrante sin dinero es migrante muerto, asegura.
Dora Rodríguez, voluntaria del grupo Samaritanos Unidos, es de las pocas voces que hablan on the record —es decir, identificándose con su nombre y apellido— sobre los horrores en esa ruta migrante que contribuye a que los grupos criminales obtengan cada año unos 13 mil millones de dólares por tráfico humano, según el Congreso de Estados Unidos.
La mayoría de su trabajo lo hace en Sasabe, Arizona, aunque a veces también lo hace en Sásabe, Sonora, el último pueblo mexicano que pisan los viajeros antes de cruzar hacia el “estado del Gran Cañón”: asiste migrantes desesperados por sed, con quemaduras de tercer grado por el sol y recupera cuerpos de desconocidos.
“Ahorita tengo a un joven voluntario que está ayudando en el lado mexicano del muro y el sábado (27 de julio, tres días después del arresto de El Mayo y de Joaquín Guzmán López) él estaba con mucho miedo (…) Por primera vez, en muchos años de trabajo, llegaron personas armadas a donde estábamos dando la ayuda y tomaron fotos y video. Eso nunca nos había pasado.
“Ya hemos tomado medidas. Los voluntarios están listos para no dar sus nombres, no ponerse frente a los señores que están pasando a las personas, porque nosotros como voluntarios traemos botellas de agua, no traemos armas. La seguridad se va a reforzar y decirle a los señores que nosotros no vamos a entrar a su zona de conflicto, como el Sásabe, Sonora”, asegura Dora Rodríguez, defensora de derechos humanos desde los 19 años.
La historia de la ruta
Durante el siglo pasado, la ruta desde Ciudad Obregón hasta Arizona estuvo en control del Cártel de Sinaloa. Por ser una agrupación nativa del Pacífico mexicano, era lógico que dominara esos derroteros junto al Golfo de California. Pero tras la detención y extradición de Joaquín El Chapo Guzmán a Estados Unidos en 2017, los grupos aceleraron una ruptura que ya se anunciaba como un secreto a voces.
Ahora, cinco facciones se disputan a los migrantes con fiereza: Los Chapitos, Los Salazar, Los Guanos, la gente de Rafael Caro Quintero y la tropa del El Mayo Zambada, revela un agente de la Patrulla Fronteriza que recorre Arizona. Ningún grupo criminal cede a pesar de las recompensas millonarias ofrecidas por el gobierno del presidente Joe Biden para que desde México se frenen sus negocios.
Cada una de estas escisiones tiene a sus violentísimos grupos: Los Menores tienen a Los Deltas y Los Pelones como sus brazos armados; Los Salazar a Los Salazares; El Guano a Los Cholos; Caro Quintero al Cártel de Caborca y El Mayo a Los Rusos, Los Gigios y, en menor medida en la región, a las Flechas MZ. Y entre ellos construyen alianzas tan sólidas como castillos de arena de las dunas sonorenses: un día son socios, al otro día se asesinan entre ellos por llevar más migrantes hacia el norte.
El desierto nunca fue tranquilo. Aunque callado, es duro y violento, pero a partir de 2017 la guerra arreció. Y para octubre de 2023, municipios aledaños se volvieron un infierno: la vida ya no es vida en Altar, Santa Ana, Pueblo Nuevo, Caborca, El Yaqui. El Sásabe llegó a tener 2 mil 500 habitantes, pero hoy son menos de 100.
En noviembre del año pasado, en la plaza principal del municipio fronterizo Benjamín Hill, hombres armados ataron a un hombre en el conocido monumento ferrocarrilero del pueblo y lo quemaron vivo. Junto al cuerpo carbonizado, los asesinos dejaron un mensaje: “Para los Deltas traicioneros”.
Nadie lo dijo en voz alta, pero todos supieron que el origen de esa atrocidad estaba en el mando de El Mayo Zambada. Y su odio a Los Chapitos.
Un extraño decomiso
“El año pasado, el Departamento de Justicia de Estados Unidos culpó directamente al Cártel de Sinaloa por el tráfico de fentanilo. La amenaza fue tan fuerte contra Los Chapitos que, inmediatamente, se volcaron al tráfico de migrantes. Y ahora los migrantes están atrapados entre enfrentamientos de las escisiones del cártel. Antes pagaban solo extorsión, ahora hasta cruzan hacia Estados Unidos con heridas de bala”, cuenta Jesús Hiram González, reportero en Arizona y experto en migración.
Sin El Mayo Zambada en el escenario, opina, podría incursionar otro grupo criminal en la zona: el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que tiene células importantes en el sur de California y que podría aprovechar la ausencia del capo para moverlas al desierto y conquistar ese millonario pedazo de tierra.
“Hay células criminales que no saben vivir sin El Mayo Zambada. Son décadas de estar bajo su mando. Sin él, el tráfico de migrantes se verá afectado. Y de hecho, ya estamos viendo algunos cambios importantes que después entenderemos mejor, ¿viste lo que pasó en Nogales?”, pregunta.
Apenas cinco días después de la detención del fundador del Cártel de Sinaloa y de Joaquín Guzmán López, el gobierno estadunidense anunció el decomiso de fentanilo más grande en la historia de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés): poco más de 4 millones de pastillas en la garita de Lukeville, Arizona, región que dominaba Zambada García. Se hizo, extrañamente, sin un solo disparo.
“Yo estuve platicando con el jefe del sindicato nacional de la patrulla fronteriza y le pregunté sobre qué pueden esperar de la caída de El Mayo”, recuerda Jesús Hiram. “Su respuesta está en la migración entre Sonora y Arizona
El pollero que también es víctima
En la zona de trabajo de Dora Rodríguez, de Hiram González y del cruce de Milton N. opera Justino, hijo y nieto de ‘polleros’. Él es testigo de lo que ha hecho la guerra entre las facciones del Cártel de Sinaloa: donde hace unas décadas el cruce de migrantes se peleaba con machetes y, acaso, con viejas carabinas de la época de la Revolución Mexicana, hoy se disputa con drones explosivos y francotiradores en los arenales.
Por años, Justino trabajó de manera simple: cobraba a los viajeros por un cruce cuyo mayor riesgo era la deshidratación y pagaba a transportistas lo que él consideraba justo. En aquellos años, recuerda, su trabajo no era mal visto, sino que se le veía como un facilitador de rutas. Ser ‘pollero’ era tan digno como ser vendedor de agua o de calzado al migrante extenuado.
“Eso cambió hace unos 10 años. Antes yo daba mi cooperación, lo que yo creyera justo. No hay lo que ahora que te exigen más de la mitad de lo que ganas. Y ahora se puso peor, porque antes ya sabías a quién pagarle, era una sola gente (grupo), pero ya cada uno te pide. Que si para mi jefe, que para el otro jefe, que para otro más. Y si pagas, te matan; si no pagas, te queman vivo”, narra Justino.
Me lo imagino sentado bajo una delgada sombra en la vieja cancha de básquetbol de la carretera Sásabe-Saric, a 500 metros de la frontera, esperando a que pase una camioneta con muchachos malencarados que le reclaman la cuota semanal. Esa es su rutina desde hace tres años. En ese entonces, cuando lo conocí, trabajaba para una facción del Cártel de Sinaloa que no quiso mencionar; ahora opera para otra, a la fuerza, tan privado de libertad como un migrante secuestrado.
“Estamos todos muy nerviosos. Yo el día de lo que pasó con ese señor (El Mayo) me fui a la casa. No salí en todo el día. Acá era todo fantasma, ni los pollos (migrantes) cruzaron. Se puso feo, feo en serio”, asegura. “Ya nos aumentaron la cuota, que porque van a defender la plaza. Que se van a venir de otros estados a chingar. La cosa se va a poner fea por acá. Dios nos ayude”.
Su súplica apenas suena por el teléfono. Habla en voz baja como todos en la zona. Un susurro recorre el desierto: una batalla está por comenzar.
Milenio